miércoles, 19 de enero de 2011

LA MALDICIÓN DE LOS ATRIDAS (II)

Ruinas de Esparta.
Tras la expulsión de Tiestes por su hermano Atreo después del horrendo festín en honor de aquel, conocido como <>, que provocó el rechazo de dioses y mortales, aún quedaba viva su hija Pelopía, que habría de sufrir su tragedia personal. Tiestes maldijo a su hermano Atreo y juró venganza consultando por ello al oráculo de Delfos, que le informó del castigo que llevaría a cabo el hijo nacido de la unión con su propia hija Pelopía, si esta se produjera, en la persona de su hermano Atreo. La violación de su hija, que no le reconoció, se consumó para cumplir el vaticinio y ésta le robó la espada a su agresor, huyendo a Épiro donde encontró refugio en su rey: Tesproto. Bajo la protección y el asilo que el rey le proporcionó, Pelopía vivió su incipiente embarazo hasta que su tío Atreo, que buscaba a su hermano, apareció por allí y se enamoró perdidamente de su sobrina, ya embarazada y presentada por Tesproto como su hija, casándose ambos. Pelopía (o Pelopia, pues los distintos textos no se ponen de acuerdo en la tilde) engendró a un varón y lo abandonó, siendo recogido por Atreo y enviado a la corte de Micenas con el nombre de Egisto.


Los años fueron pasando y Atreo seguía buscando a su hermano Tiestes, cegado por el odio. Cuando Egisto era ya un muchacho, Atreo envió a sus dos hijos, Agamenón y Menelao, a consultar el oráculo de Delfos con el fin de saber donde se hallaba su hermano; asimismo Tiestes buscaba a su hermano Atreo para consumar la venganza, y también se encaminó a Delfos para averiguar su paradero. Quiso el destino que los sobrinos y el tío se encontraran allí, y que Agamenón y Menelao, tras reconocer a su pariente, le hicieran prisionero y lo enviaran a Micenas, siendo encarcelado por Atreo, que le condenó a muerte y encargó su ejecución al joven Egisto, entregándole la espada que Pelopía había robado a su padre y violador para tal fin. Llegado el momento de la ejecución y cuando Egisto levanto la espada para matar a Tiestes, este reconoció el arma y preguntó a su verdugo cómo la había conseguido, y después del relato del joven cayó en la cuenta de que su verdugo era su hijo y nieto, producto de la violación de su hija, y pidió como gracia volver a ver a Pelopía antes de morir. El joven Egisto accedió a su petición y le condujo a Épiro para que pudiera despedirse de su hija. Pero Pelopía, que ya conocía el incesto llevado a término por su padre en su persona, sucumbió a la vergüenza y a la idea del reencuentro con su violador y decidió suicidarse atravesándose con la espada que portaba su hijo, años atrás robada a Tiestes.

Egisto, tras la muerte de Pelopía, perdonó la vida de de Tiestes y regresó a Micenas con la espada ensangrentada anunciándole a Atreo la muerte de su hermano, hecho que le causó gran alegría y tranquilidad al sentirse libre de su odiado Tiestes, preparando una ofrenda a los dioses en agradecimiento por tal desenlace. Mientras Atreo preparaba el ritual, Egisto aprovechó el momento para apuñalarle y así vengar la muerte de su padre, cumpliéndose la profecía del oráculo de Delfos.

Muerto Atreo, su hermano Tiestes se apoderó del reino de Micenas, hecho que no estaban dispuestos a admitir ni Agamenón ni Menelao (que habían sido desterrados en Sición), uniendo sus fuerzas y logrando reunir un poderoso ejército con la ayuda de Tindáreo (rey de Esparta, esposo de Leda y padre de Clitemnestra y Cástor. También figuran entre su prole la bella Helena y Pólux, aunque eran hijos de Zeus) expulsando del trono a Tiestes, que se refugió en la isla de Citera hasta su muerte. Egisto habría de rematar la venganza vaticinada por el oráculo de Delfos, años más tarde, con el asesinato de Agamenón a su regreso de la guerra de Troya, en connivencia con la esposa de este, Clitemnestra, en calidad de amante de la misma.

Recuperado el trono de Micenas por los hijos de Atreo, ambos decidieron que el soberano habría de ser Agamenón, estableciéndose Menelao en Esparta y contribuyendo a la unión de ambos reinos, los más poderosos de toda Grecia. Agamenón se casó con Clitemnestra y ambos tuvieron cuatro hijos: Electra, Orestes, Crisótemis e Ifigenia.

Helena y Menelao, reyes de Esparta.

Años antes, en una ciudad de Asia menor llamada Troya, la reina Hécuba estaba embarazada de su segundo hijo y tuvo un sueño tan inquietante como desconcertante: soñó que daba a luz a un haz de leña ardiendo del que salían serpientes y le contó el sueño a su marido Príamo, el rey de la ciudad. Príamo pidió ayuda al vidente Calcante, sacerdote de Apolo, el dios al que rendía culto la ciudad, y este le dijo que decapitara al niño-porque sería un varón-nada más nacer, para evitar la terrible desgracia que caería sobre Troya con ese nacimiento.

La antigua Grecia.
Príamo, horrorizado por la idea de matar a un bebé que además era su propio hijo, decidió llamar a su capataz de pastores y ordenarle que abandonara al niño en los bosques del monte Ida, y que volviera a los diez días al lugar para comprobar si aún seguía vivo. El pastor cumplió la orden pero regresó al lugar a los nueve días, y comprobó sorprendido que el niño estaba vivo y era alimentado por una osa, decidiendo llevárselo a su casa y criarlo con sus hijos. Antes del abandono de su bebé, Hécuba le metió entre las ropas un sonajero para calmar los llantos de la criatura. El niño fue llamado Paris y creció en casa del pastor, fuerte, hermoso e inteligente y con un alto sentido de la justicia, siendo reclamado por los pastores para ser juez en las corridas de toros, cosa que sabía Zeus, que apreciaba las virtudes del joven.



Eris: diosa de la discordia.

Mientras Paris vivía en aquel entorno pastoril, gozando de la naturaleza y de los amoríos con las zagalas del monte Ida, en el reino de Ftiótide se preparaba una gran boda entre la nereida Tetis y el rey Peleo (futuros padres de Aquiles) a la que asistían los dioses y diosas del Olimpo; todos menos Eris, la diosa de la discordia, que se sintió muy ofendida y decidió aguar la fiesta: Eris depositó una manzana de oro, con la leyenda “para la más bella”, sobre la mesa que compartían Hera (esposa de Zeus), Atenea (hija soltera de ambos y diosa de la sabiduría y la guerra) y Afrodita (nuera de estos y diosa del amor). Lo más lógico habría sido entregar la manzana a la novia pero Zeus, conocedor del carácter de su esposa y demás mujeres de la familia, decidió no implicarse en tan delicado asunto y recordó la imparcialidad y buen juicio del joven Paris, enviando en su búsqueda al mensajero del Olimpo, Hermes, para encargarle tan delicada misión. Paris recibió el encargo con disgusto pero no pudo negarse y desobedecer al dios de dioses.

Con ello se organizó el primer concurso de belleza de la historia y Paris citó a las candidatas al premio en las campiñas del monte Ida. Las tres gracias olímpicas se presentaron juntas ante el juez y, tras exhibir sus encantos por riguroso turno, procedieron al soborno del jurado: Hera prometió al juez nombrarle emperador de Asia si era la elegida, Atenea le ofreció la suprema sabiduría y la victoria en todas las batallas; y Afrodita, hermosa y sensual, conocedora de las artes de seducción más refinadas, le susurró al oído:

¡Querido Paris, declaro que eres el muchacho más atractivo que he visto desde hace muchos años! ¿Por qué perder el tiempo aquí, entre toros, vacas y pastores estúpidos?

¿Por qué no te mudas a alguna ciudad rica y llevas una vida más interesante? Mereces casarte con una mujer casi tan hermosa como yo; déjame que te sugiera a la reina Helena de Esparta. Una mirada y haré que se enamore de ti tan profundamente que no le importará dejar a su marido, su palacio, su familia… ¡Todo por ti!
El juicio de Paris.


Aquellas palabras de Afrodita hicieron mella en Paris, auténtico Play Boy de la antigüedad, que acabó concediéndole a la diosa la manzana y propiciando con esa decisión el inicio de la guerra de Troya, años más tarde, y la cólera de las otras diosas, que juraron venganza. Pero volvamos a Esparta y a Menelao y sigamos la historia de los Atridas.

En el reino de Esparta los soberanos eran Tindáreo (hijo de Ébalo, rey de Esparta, y de Gorgófone) y Leda (hija de Testio, rey de Etolia), hermosa mujer de seductora y perenne sonrisa que gustaba del baño diario en las claras aguas del río. En uno de sus baños habituales fue avistada por Zeus y el dios se sintió atraído por Leda, transformándose en cisne para acercarse a la reina sin alterarla, como había hecho con Europa transformado en toro (véase la historia de Minos, rey de Creta en este blog). En ese encuentro, Leda fue poseída por Zeus en las aguas del río y poco antes por el rey, su esposo. De ambas uniones quedó Leda embarazada y, saltándose las leyes de la reproducción animal, su descendencia fue al 50% de ambos amantes creando confusión sobre la paternidad de ambos. Una tradición-la más aceptada- dice que la reina parió dos huevos, y que de uno de ellos nacieron Clitemnestra y Cástor y del segundo Helena y Pólux, atribuyendo la paternidad del primero a Tindáreo y la del segundo a Zeus. No obstante, Cástor y Pólux, los dioscuros, eran considerados gemelos a pesar de su paternidad dual (Pólux sería inmortal por ser hijo de Zeus, y Cástor mortal por ser su padre Tindáreo); que cada cual piense lo que quiera. Para completar la dinastía de los TINDÁRIDAS, debemos citar a Timandra, Filónoe y Febe.
Leda y el cisne (Leonardo Da Vinci)


La descendencia de Tindáreo creció en Esparta y Helena, aún adolescente, se convirtió en una mujer hermosísima cuya fama traspasó los límites del reino hasta ser considerada la mujer más bella de todos los reinos de la futura Grecia, siendo por ello raptada por Teseo (véase el personaje en este blog) , llevada a Ática y liberada por sus hermanos dioscuros (Cástor y Pólux) que conquistaron Afidna, la ciudad en que estaba retenida, se llevaron a Etra (la madre de Teseo) y derrocaron a Teseo para poner a Menesteo en el trono de Atenas. Su hermana Clitemnestra se casó con Agamenón, el poderoso rey de Micenas, que habría de asegurar una gran boda a su hermano Menelao con la hermosa Helena, desencadenando la guerra de Troya años más tarde y una tragedia personal que acarrearía su muerte a su regreso a Micenas, ejecutada por su esposa y el amante de ésta.

4 comentarios:

  1. Después de leer la serie de barbaridades y dramas que protagonizan los Atridas, uno mira a su familia y suspira aliviado.

    Un abrazo, maese Jano

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  2. Muy buen trabajo, Jano. Me ha encantado.

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  3. D. Gulliver, tiene usted razón: vale más una familia normalita pero bien avenida que toda una dinastía de reyes asesinándose unos a otros por el poder y el odio, pero la historia es así y es el espejo en el que hay que mirarse para no cometer las mismas barbaridades.
    Dña Carmen: la historia de los Atridas da para mucho más y seguramente escribiré, como mínimo, una tercera parte que espero le guste, tanto como me ha gustado la versión bable de "La Chaqueta Metálica", que casi me mata de risa como a D. Kaizer.
    Un abrazo para ambos y gracias por el comentario.

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  4. Oiga, D. Jano.

    Una pregunta:
    ¿Usted no será descendiente de los Atridas?

    Lo digo solo por curiosidad. Ya sabe: Dime con quien andas...

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